La jornada 12 de La Liga, una jornada que jamás debió jugarse. No por el fútbol, no por los clubes, sino por respeto a las más de 200 víctimas: personas fallecidas, heridas, familias que se quedaron sin luz ni comida. En un momento en el que España, y especialmente la Comunidad Valenciana, lloraba y luchaba, el fútbol debía quedarse en un segundo plano. No era tiempo de goles ni de celebraciones, era tiempo de solidaridad y humanidad.
La liga española no estaba para esa jornada, debía haberse suspendido por completo. Sin embargo, solo se aplazaron los partidos de los equipos valencianos, y el resto siguió adelante, como si nada. Claro, podríamos hablar de cómo el Barcelona sigue invicto, imparable; pero ¿de qué sirve eso cuando la vida, la verdadera esencia, está en juego? El deporte, en momentos así, pierde su valor, y lo importante son las vidas humanas. Es desgarrador ver cómo, una vez más, todo lo que pudo hacerse mal, se hizo mal.
Desde los primeros instantes, la gestión política dejó un sabor amargo. El presidente Pedro Sánchez y el líder de la Comunidad Valenciana, Carlos Arturo Mazón, no lograron ponerse de acuerdo para que la ayuda llegara cuando más se necesitaba, no días después. Fue el pueblo quien, con su corazón y coraje, salió a salvar al pueblo. Valencia, y toda España, demostró que la verdadera fuerza está en la gente, mientras los políticos miraban, atrapados en sus propias disputas.
Si tan solo hubieran dejado de lado las diferencias o hubiera habido avisos de lo que venía, quizá algunas vidas se habrían salvado. Pero nunca lo sabremos, y eso es lo más doloroso de todo. Lo cierto es que la jornada 12 de La Liga no debió jugarse. No por los jugadores, no por los entrenadores, sino por respeto a los que ya no están y a los que luchan por seguir adelante. Fue una jornada oscura, donde no hubo nada que celebrar.