El partido entre el Leganés y el Valencia ha dejado un sabor amargo, un dolor que va más allá del simple resultado. El Valencia, un equipo histórico que necesita urgentemente cambiar el rumbo, suma apenas 6 puntos en 9 jornadas. Se encuentra antepenúltimo, una posición que duele y preocupa. Ya la temporada pasada vivimos algo similar, pero entonces hubo un cambio, un despertar que dio esperanza. Sin embargo, este Valencia actual tiene un aire triste, un destino que parece llevarlo a la Segunda División. Y si no desciende, estará peleando por no hacerlo.
Es imposible no pensar en aquella temporada 1985-1986, cuando el Valencia bajó a Segunda Division. Han pasado 38 largos años, pero el fantasma de aquel descenso vuelve a aparecer. Hoy, después de ver este partido, es imposible no sentir que el equipo se dirige, otra vez, hacia ese oscuro camino. No hubo fútbol, no hubo pasión, no hubo chispa. Ver este encuentro fue, sencillamente, una tortura para cualquier amante de este deporte. Nos preguntamos quién puede afirmar hoy que la liga española es la mejor del mundo. Con partidos como este, la decadencia de nuestra liga es evidente.
Un equipo de Primera no puede permitirse jugar de esta manera. Lo que vimos hoy en el campo no fue fútbol, fue antifútbol. Una bofetada al deporte que tanto amamos, una falta de respeto a la Primera División. El Leganés, con 8 puntos, también parece destinado a luchar por no descender, aunque, al menos, desprende algo más de fútbol que el Valencia. Pero lo de hoy fue vergonzoso para ambos.
Cuando miras las estadísticas y ves que en 90 minutos solo hubo un tiro a puerta, te preguntas si estos equipos realmente pertenecen a la élite del fútbol o si son carne de Segunda. El caso del Valencia es especialmente alarmante. El equipo se hunde cada vez más, y parece que nada cambia, mientras su historia, su afición y su identidad se desmoronan poco a poco. Hoy no solo hemos visto un mal partido, hemos presenciado una herida abierta en el corazón del fútbol español.